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La semana laboral de 32 horas y el ocio: una apuesta por el bienestar y la sostenibilidad

La semana laboral de 32 horas y el ocio: una apuesta por el bienestar y la sostenibilidad
El debate sobre la reducción de la jornada laboral ha cobrado fuerza en los últimos años, no solo en Chile, sino en varios países desarrollados que buscan mejorar la calidad de vida de sus habitantes. La propuesta de una semana laboral de 32 horas no es una idea nueva, pero ha adquirido relevancia a medida que se profundiza la crisis climática, el agotamiento de los recursos naturales, y el malestar generalizado por la insatisfacción con las condiciones laborales. Al proponer esta medida, lo que está en juego no es solo una reestructuración del tiempo dedicado al trabajo remunerado, sino una redefinición de nuestra concepción del bienestar, el ocio, y el progreso como sociedad.

Para entender el trasfondo de esta propuesta, es importante plantearse una pregunta esencial: ¿por qué seguimos trabajando 40 o más horas a la semana en una sociedad que ha alcanzado avances tecnológicos y productivos inimaginables hace 50 años? En gran parte, la respuesta yace en la inercia de un modelo económico que sigue valorando la productividad y el crecimiento económico sobre el bienestar humano. Bajo la lógica neoliberal, que ha dominado las políticas laborales en gran parte del mundo occidental, el tiempo de trabajo es sinónimo de valor. Y es ahí donde radica uno de los problemas fundamentales: hemos permitido que el trabajo asalariado colonice nuestro tiempo, nuestra vida, y nuestra identidad.


La propuesta de reducir la semana laboral a 32 horas desafía esta lógica al plantear que el valor de una persona no se mide únicamente por las horas que dedica a su empleo, sino por cómo utiliza su tiempo de manera integral, incluyendo el ocio. Sin embargo, hablar de ocio en nuestras sociedades contemporáneas es, a menudo, un tabú. Pareciera que el ocio es un lujo, una pérdida de tiempo en un mundo que nos pide ser cada vez más eficientes y productivos. Pero, ¿y si en lugar de ser un lujo, el ocio fuera una necesidad fundamental para el bienestar individual y colectivo?

El ocio como derecho
El filósofo Bertrand Russell, en su ensayo “Elogio de la ociosidad”, ya reflexionaba sobre la paradoja de las sociedades modernas: mientras que la tecnología y los avances industriales deberían liberarnos del trabajo extenuante, lo que hemos hecho es seguir trabajando cada vez más, dejando que una élite controle los beneficios de la eficiencia productiva. Russell argumentaba que una verdadera sociedad avanzada es aquella que garantiza a sus ciudadanos el tiempo suficiente para disfrutar de la vida fuera del trabajo, fomentando la creatividad, el pensamiento crítico, y las relaciones interpersonales. Sin embargo, nuestra realidad dista mucho de este ideal. A pesar de la automatización y el incremento de la productividad, los niveles de estrés, ansiedad y burnout siguen en aumento, evidenciando un desequilibrio entre el trabajo y la vida personal.


El ocio, entendido como ese espacio de tiempo no subordinado a las exigencias laborales, es fundamental para la salud mental y física. Permite el desarrollo personal, el fortalecimiento de las relaciones sociales, y la capacidad de participar en actividades comunitarias y culturales. En un contexto de crisis ambiental, además, el ocio se presenta como una oportunidad para reducir nuestra huella ecológica. Al dedicar menos tiempo a la producción y al consumo desmedido, y más tiempo a actividades contemplativas, recreativas o educativas, podemos avanzar hacia un modelo de desarrollo sostenible. La propuesta de una semana laboral de 32 horas no es solo una cuestión de justicia laboral, sino también una apuesta por el decrecimiento, una corriente económica que busca desacelerar el ritmo de producción y consumo para preservar los recursos naturales y garantizar una vida digna para las futuras generaciones.


 La relación entre ocio y productividad
Uno de los argumentos más comunes en contra de la reducción de la jornada laboral es la supuesta pérdida de productividad. Los detractores de la medida afirman que menos horas de trabajo equivalen a menos producción, lo que afectaría negativamente a la economía. Sin embargo, la evidencia sugiere lo contrario. Países que han experimentado con la reducción de la jornada laboral, como Islandia o Suecia, han reportado que la productividad se mantiene e incluso mejora cuando los trabajadores disponen de más tiempo libre para descansar y recuperarse. Trabajar más no necesariamente implica trabajar mejor. De hecho, el cansancio crónico y el estrés pueden reducir la eficiencia, aumentar los errores y generar costos adicionales para las empresas y el sistema de salud.


Además, hay que considerar el impacto positivo que una semana laboral reducida puede tener en la igualdad de género. En muchos hogares, las mujeres siguen asumiendo la mayor parte de las tareas domésticas y de cuidado, lo que limita su capacidad de participar plenamente en el mercado laboral o disfrutar de su tiempo libre. Al reducir la jornada laboral, se fomenta una redistribución más equitativa del tiempo de trabajo no remunerado, permitiendo que tanto hombres como mujeres puedan involucrarse más en las actividades de cuidado y en el ocio, rompiendo con los roles tradicionales de género.


¿Qué significa realmente trabajar menos?
A simple vista, la reducción de la jornada laboral puede parecer solo un asunto técnico o económico. Sin embargo, lo que está en juego es mucho más profundo: se trata de cómo entendemos el valor del tiempo y del trabajo en nuestras vidas. Trabajar menos no significa que seremos menos productivos o que nuestra economía colapsará, como algunos sectores empresariales quieren hacernos creer. Por el contrario, significa recuperar el control sobre nuestras vidas, sobre nuestro tiempo, y sobre nuestra capacidad de decidir cómo queremos vivir. Significa repensar el propósito del trabajo en una sociedad que, hasta ahora, ha priorizado el crecimiento económico sobre el bienestar humano.
El objetivo último de una semana laboral de 32 horas es devolvernos una parte de nuestra vida que ha sido monopolizada por el mercado laboral. No se trata simplemente de tener más tiempo para "descansar" de las obligaciones, sino de construir una sociedad en la que el tiempo de ocio se considere igualmente valioso que el tiempo de trabajo. Donde las personas puedan desarrollarse, crear, reflexionar, y, en última instancia, vivir de manera más plena. En un mundo que enfrenta crisis ambientales, sociales y económicas, trabajar menos puede ser la clave para vivir mejor y construir un futuro más justo y sostenible.


La pregunta, por tanto, no es si podemos permitirnos trabajar menos horas, sino si podemos permitirnos seguir trabajando como lo hacemos. La respuesta, desde una perspectiva tanto ética como práctica, parece clara: la reducción de la jornada laboral, junto con una valoración del ocio como un derecho, no solo es posible, sino necesaria para avanzar hacia una sociedad más equitativa, humana, y sostenible.


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